Como casi todos ustedes, mucho de lo que soy se lo debo a mis maestros.
Mucho de mi pensar, de mis ideas, de mis opiniones, de mis gustos… mucho de ello es una deuda que guardo pendiente con ellos.
Aprendí con ellos a pensar libremente, a tener mis propias ideas, a reveerlas, a modificarlas, aunque todavía cueste.
Aprendí que discutir es bueno, que nos permite enriquecernos en el diálogo con otros.
Aprendí a leer, a leer mas allá de lo que se dice, a leer entre líneas.
Aprendí a escuchar, aprendí a hablar, aprendí a callar.
Aprendí a saborear un buen libro, y aprendí también que lo teórico es maravilloso, pero que mucho mejor es si se pude llevar a cabo en la práctica.
Aprendí a valorar las raíces, los antepasados, la historia… aunque no haya logrado todavía aprehenderla.
Aprendí que de los errores y de los aciertos, debemos guardarnos la experiencia, para aprovecharla, para recrearla una y mil veces, pero no siempre del mismo modo.
Aprendí a querer saber, aprendí a preguntar.
Aprendí que pensar diferente es posible, y que no debe considerarse una ofensa aunque ese pensamiento se aleje de los propios.
Aprendí que el respeto es indispensable, pero que no se resume en el mero ceremonial.
Aprendí a querer ser mejor, sin que esto signifique degradar a nadie.
Aprendí que hablar de utopías no es desperdiciar el tiempo en sueños imposibles.
Aprendí que los cambios empiezan por uno mismo.
Aprendí que lo peor que se le puede hacer a un pueblo, es imposibilitarle la libertad de pensamiento.
Aprendí a pedir perdón, aprendí a decir gracias.
Aprendí que las peores palabras son las que no se dicen.
Aprendí que nunca está de más hacer saber lo que sientes.
Aprendí a luchar por lo que se quiere.
Aprendí a amar lo que se hace.
Aprendí a esperar, aunque hasta el día de hoy cueste.
Aprendí a perdonar, no por bondad, sino porque yo también me equivoco.
Aprendí a dudar de lo que viene demasiado armado y prolijo.
Aprendí el gusto por la estética.
Aprendí que la puntualidad es una cuestión de respetar también el tiempo de otro.
Aprendí a valorar la vida, a disfrutarla.
Aprendí a tolerar la frustración del no entendimiento.
Aprendí que para poder elegir, uno debe antes conocer.
Aprendí el valor de la justicia, y el dolor de lo injusto.
Aprendí que lo que no es importante para mí, puedo serlo para otros.
Aprendí a no juzgar apresuradamente.
Aprendí que si no cuidamos el mundo en el que estamos, nadie lo hará por nosotros.
Aprendí que todo se puede, si se trabaja en conjunto.
Aprendí a crecer, sin perder la simplicidad.
Aprendí a jugar nuevamente, de otro modo, diferente.
Aprendí que la compañía es maravillosa, pero que también puede serlo la soledad.
Aprendí que más allá de las obligaciones, siempre se debe reservar un espacio para sentirnos “en casa”.
Aprendí a creer, aprendí a confiar.
Aprendí grandes cosas, y entre ellas aprendí, que todavía me falta mucho por seguir aprendiendo.
Por eso les estoy sinceramente agradecida…
Y por eso mismo también, aprendí que no se trata de atesorar todo aquello que uno aprende para uno mismo, sino que la cuestión radica en empezar a enseñarlo... a transmitirlo.
30/05/08
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