Miraba esos ojos cristalinos y pensaba,
todo su mundo podría caber en aquellos profundos mares azulados.
La soledad ya no sería jamás su compañera de viaje.
Todo cobraba un nuevo sentido, el verdadero pensaba.
Sus manos, sus obras, su trabajo, sus momentos de ocio…
Su existencia había sido tocada a partir de ese momento y para siempre.
Durante tanto tiempo lo había esperado,
que ya casi no se recordaba sin desearlo.
Era un momento sublime, conmovedor, inexplicable…
Sentado allí veía a su vida pasar delante de sus ojos,
su infancia, sus juegos, sus primeros amores…
Toda su vida se paseaba y se recreaba ante su maravillado rostro.
Sus manos finalmente rozaban tímidamente esa piel suave,
con un pulso firme, aunque a su vez algo tembloroso.
No podía dejar de contemplarla, de admirarla, de memorizarla…
La vida le ofrecía su espectáculo más asombroso.
Cuando por fin logró abrazarla contra su pecho sintió,
que esa unión nunca jamás podría desvanecerse.
Se sintió pleno de felicidad, se sintió en casa…
Nada más existía,
no había sonidos, movimientos, ni nada a su alrededor,
Sólo ellos.
Todo el mundo se había detenido para presenciar ese primer encuentro.
Todo el mundo, incluso él.
Hasta que por fin un abrazo emocionado lo envolvió,
las lágrimas brotaron y escuchó: “¡Felicitaciones Papá!”.
20/04/2008
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