
Contempló esa belleza natural durante un instante, aunque pudieron ser horas en verdad. Dio un profundo respiro y sintió como si sus sentidos estuvieran a punto de estallar. La perfección era absoluta. Ese delicado olor a sal, a arena seca y también húmeda, a mar, a paz… Ese sonido arrullador. Esa vista interminable, inabarcable, inmejorable…
Tomó un puñado de arena con la mano y dejó que ésta se deslizara lentamente por ella, mientras observaba como cada grano retornaba a su lugar junto a los otros. Se puso de rodillas, agradeciendo quizás a algún dios semejante obra maestra, y pausadamente se levantó. Se acercó al mar y sintió como una pequeña ola le bañaba sus pies descalzos. Dio un respingo por esa sensación fresca que le atravesó la piel. Y observando hacia lo lejos, hacia algún punto perdido del horizonte, comenzó a caminar sobre esa arena que se hundía ante sus pasos. Y caminó, y caminó hasta el punto en el que el tiempo y la distancia recorrida comenzaron a carecer de sentido.
El mundo se rendía ante sus pies. Era un espectáculo asombroso, impagable, a contramano del mundo denominado moderno que él, como tantos otros, habitaba.
Comenzó a correr y a correr, cada vez mas rápidamente, intentado llegar, intentado alcanzar quién sabe qué cosa, hasta que se desplomó sobre la arena.
Las pocas fuerzas que le quedaban le permitieron girarse boca arriba, la agitación era insoportable, no se escuchaba nada más que sus gemidos y sus intentos casi absurdos de capturar todo el oxígeno posible de una sola bocanada. Su corazón latía a tal velocidad que no podían reconocerse sus latidos, formando un continum de movimiento y sonido imparable.
Poco a poco los ritmos se normalizaron, su cuerpo, tendido sobre la arena, de pronto volvió a quedar absorto. Ese sonido mecido por la suave brisa volvió a capturarlo, ese aroma, ese calor…
Definitivamente, ningún lugar en el mundo podía ser mejor.
17/08/2007