Quizás éste sea el sector más melancólico de mi persona, el que escribe, el que narra, el que se libra al discurrir de las palabras…
Las palabras, ¿mera sucesión de letras?, ¿qué esconden las palabras que son capaces de maravillarnos tanto? Y no me refiero simplemente a ese sonido, a aquello audible que tanto placer genera en nuestros oídos. Tampoco intento denotar la fascinación que genera la fluidez de la pluma.
Pregunto nuevamente, ¿qué esconden las palabras que son capaces de maravillarnos tanto? Hablamos de una sensación, de la sensación de maravillarnos, y de maravillarnos ¿ante qué?, ante ese producto que generan.
Las palabras generan, crean, permiten que esa sucesión no tan ordenada, y no tan sucesiva realmente de pensamientos, de matices, de emociones, cobre una tonalidad concreta, se manifieste ante la mirada o ante la audición propia o de otros, y que al mismo tiempo digan algo muy diverso de lo que intentan decir, y de lo que dicen.
Constituyen una vía de creación, conducen al surgimiento de algo propio, que ya no es propio, que deja de serlo una vez trascripto. Algo compartido, que tampoco es compartido, porque cada lector u oyente introduce en ellas innumerables significaciones no pensadas por el creador. Algo nuevo, quizás perdurable, que irrumpe en el silencio como en la hoja en blanco, como una punzada de aguijón. Algo de lo que no sabemos en verdad, ni su origen, ni sus múltiples destinos.
Una palabra, un conjunto de letras y de silencios, de espacios entre letras. ¿Qué será lo primordial?
Palabras, vehículos puramente humanos, indiscutiblemente maravillosas, exquisitamente imperfectas.
05/08/07
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